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El principio del fin de Al Capone como Rey del Hampa se empezó a escribir hace 85 años

Aquel 18 de octubre de 1931 todas las portadas escribieron lo mismo. «Guilty». «Culpable». Al Capone había sido sentenciado a 11 años de cárcel culminando la investigación de Eliot Ness y sus Intocables. No por los crímenes, no por el juego, no por el alcohol ilegal, la prostitución o las extorsiones. Capone había caído por algo tan insulso como la evasión fiscal. Era el principio del fin del imperio de Scarface, el Rey del Hampa… ¿Y qué coño tiene que ver esto con Corrubedo? Nada.

¿O sí?

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«Cuatro contra uno», titula el periodista la reyerta en Sirves, a 4 kilómetros de Corrubedo

Sirves, cerca de Olveira. 9 de abril de 1923. Es la romería de los Dolores y en el transcurso de la fiesta se produce una reyerta en la que cuatro individuos apalizan a otro hombre: lo muelen a palos, lo intentan acuchillar y dos de ellos, Andrés Ageitos García y José Sayar Parada, le disparan varios tiros. Para cada pistolero el fiscal pide un año, ocho meses y veintiún días de prisión. El cronista de sucesos del diario coruñés El Orzán se permite ser irónico al calificar de «valentía» la tremenda tunda de los cuatro mozos.

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«La Guardia Civil detiene a un compañero de Al Capone». Toma ya.

La Libertad. 3 de julio de 1934. Cuesta no frotarse los ojos al leer el titular. «La Guardia Civil detiene a un compañero de Al Capone». Vamos al texto y… WTF… el presunto compinche del gángster más icónico de la historia se llama Andrés Ageitos García. Basta leer en los últimos párrafos para confirmar que el detenido, nacido el 5 de abril de 1905 en Corrubedo, había sido condenado por la Audiencia Provincial de La Coruña a un año, ocho meses y dos días de prisión por delito de disparo y lesiones. No hay duda. Es el mismo hombre. Tenía 18 años y cuatro días cuando lo de Sirves. Ahora, 29.

El resto de la columna no tiene desperdicio. Bajo el alias de Appa Santos, Andrés Ageitos formaba parte de una banda de malhechores en Nueva York que el 15 de febrero de 1932 intentó atracar un comercio en Amsterdam Avenue, en el Upper Manhattan. Se produjo un tiroteo en el que resultó muerto el agente de policía James Goodwin. Los bandidos huyeron a bordo de un taxi conducido por un tal Américo Puig. Se iniciaron las pesquisas. En un principio Ageitos escurrió el bulto acusando a otro, un súbdito argentino, y probablemente hubiese salido bien librado si no fuera porque Mary Hawkins, amante despechada de Appa Santos, desveló por celos su verdadera identidad y lo acusó de este y otros crímenes.

Andrés Ageitos es buscado nuevamente por la Policía, pero auxiliado por su hermano José, tripulante de un buque mercante que hacía la ruta entre Nueva York y Puerto Rico, había huido a España, adonde llegó en los primeros días de abril de 1932. Los detectives siguieron la pista del fugado, lo localizaron y requirieron su detención y extradición. Ageitos vivía en su Corrubedo natal, donde fue arrestado por la Guardia Civil del puesto de Santa Eugenia de Riveira.

A partir de ahí el periodista da un somero repaso a la etapa americana del presunto atracador. Tras cumplir condena en España emigró a los Estados Unidos. La Policía de Newark lo detuvo en octubre de 1929 por delito de estupro (mantener relaciones sexuales con una menor) pero quedó en libertad por falta de pruebas. Trabajó en una fábrica de celulosa hasta 1930 y dos años después fue apresado nuevamente por asalto y robo. Se asegura que perteneció a la banda de Al Capone, pero este extremo no se ha podido confirmar. Es un hombre muy reservado de complexión robusta. Está a la espera de juicio.

Alucinante. Como salido de una película de cine negro.

¿Qué hay de cierto en semejante periplo? Hasta no hace mucho contrastar y completar estos datos sería una tarea hercúlea, pero ahora todo (o casi) está a tiro de click. Viajemos pues hasta la prensa de la Gran Depresión y a los últimos coletazos de la Ley Seca en la Ciudad Que Nunca Duerme. ¡Allá vamos!

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Al día siguiente del asesinato del joven policía James Goodwin en febrero de 1932

The New York Sun. 16 de febrero de 1932. «Store Thugs Kill Policeman». Se anuncia el asesinato la noche anterior del patrullero James R. Goodwin en su intento de frustar un atraco en el drugstore de Louis Krasnow. El policía se había acercado hasta allí para conversar con el dueño y, en compañía de otros dos habituales — Edward Somers y Walter Blust — , escuchar por la radio situada en la trastienda los combates de lucha libre del Madison Square Garden. Goodwin iba vestido de civil. Pasada media hora tres hombres jóvenes entran en el local. Krasnow los va a atender. Dos de ellos portan pistolas. El tercero permanece en la puerta haciendo guardia. Goodwin no se percata de lo que está sucediendo hasta que otro de los oyentes radiofónicos murmura que algo va mal. Goodwin desenfunda el revólver. Hay intercambio de tiros. El suyo sale desviado. La bala de uno de los atracadores, no. Va directa a su cabeza. El agente cae muerto. Los bandidos salen sin llevarse el dinero. Escapan en un taxi. Krasnow telefonea a la policía. Media hora después hallan un vehículo sospechoso abandonado en el cruce de 193th Street con Broadway. Sin licencia y sin la foto del taxista.

Una semblanza biográfica del patrullero Goodwin. Tenía 29 años y vivía con su mujer y una hija de cuatro. Su padre era una persona prominente en su pequeña comunidad: había sido alcalde de Hastings-On-Hudson, villa situada en los suburbios de Nueva York. Y, casualidades de la vida, el joven Goodwin había sido condecorado dieciocho meses atrás por evitar otro intento de robo en la droguería del señor Krasnow, a la postre el lugar de su muerte. El atracador estaba cumpliendo una condena de 15 años en Sing Sing.

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El funeral del policía muerto es descrito con detalle en este diario editado en su villa natal

The Hastings News. 19 de febrero de 1932. El funeral. Cientos de personas en el templo católico de St. Matthew’s Church. Honores reservados solo a los héroes de policía. Banderas a media asta en su villa natal. Responsos. Flores. Alabanzas unánimes al valor del caído. Cortejo hasta el cementerio de Mount Hope. Buena parte de la crónica está dedicada a evocar el relato de los hechos que Louis Krasnow cuenta a los padres del difunto y a su viuda Matilda. Averiguamos nuevos datos. Que había entrado en la droguería a las once menos cuarto. Que su turno no comenzaba hasta medianoche, de ahí que fuese vestido con ropa de civil. Que después de charlar un rato con el dueño del negocio se introdujo en la trastienda, donde había dos hombres. Que desde allí escucharon voces. Que uno de los parroquianos se puso a mirar por un agujero abierto en la pared. Que de repente susurró: «Quick, Bus, get your gun» («Aprisa, Bus, saca tu pistola»). Que la pared era demasiada delgada. Que el susurro fue escuchado al otro lado. Que Goodwin sacó su pequeño revólver del calibre 32. Que dos de los bandidos utilizaron al señor Krasnow como escudo humano. Que se hicieron tres disparos a la vez. Que el suyo rebotó en un estante. Que otro se incrustó en la pared. Que el tercero fue recto a su frente.

La narración nos ofrece un último detalle ya apuntado en la noticia anterior. En el colmo de la mala suerte, el local del señor Krasnow sufre un incendio tan solo unas horas después del crimen. Un cortocircuito, vaya.

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En la página 4 sigue la crónica. La pequeña hija de Goodwin se llamaba Gloria.

[Sigue en la segunda parte]